18 dic 2012

El nacimiento del mito del diablo






El mito del diablo sigue hoy presente en las vidas de muchos creyentes de las religiones “abrahámicas” (judaísmo, cristianismo e islam).

La persona de fe sincera en nuestros días concibe al diablo como ser supremo de segundo nivel y gobernante maligno de un territorio, a la vez metafórico y físico, que es el infierno.

Su misión principal en el régimen normal de la vida sería lograr la condenación del mayor número posible de almas, a las que disfrutaría torturando de por vida. Adicionalmente el diablo tiene una misión especial como anticristo y heraldo del apocalipsis en el momento del fin de los tiempos.

Es obvio que no todo el mundo comparte estas ideas, pero incluso limitándonos al segmento de población citado, es importante comprender que esto no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que en la imaginación de la gente no existía el diablo, ni el infierno, y por tanto es lícito preguntarse: ¿Cuál es el origen de este mito?

Politeísmo, monoteísmo y el problema del bien y el mal

El fenómeno religioso está presente ya desde los primeros testimonios de la civilización. Los cultos arcaicos buscaban ganarse el favor de las entidades sobrenaturales que traían seguridad y buenas cosechas.

Los ritos propiciatorios están basados en supersticiones pero no dejan de ser intentos de evitar el mal, que con su presencia planteaba un problema de difícil solución, ya que si todo se había efectuado de forma correcta ¿cómo es que llegaban desastres, enfermedades y guerras?

En el marco del politeísmo los dioses no son enteramente buenos o malos y muchos ritos propiciatorios que para nuestros ancestros eran normales, hoy son fechorías: sacrificio animal y humano, ingesta de sangre, castración, mutilación. Desde esta óptica arcaica, el problema del mal se suele achacar a un rito mal ejecutado o a la simple mala disposición de la deidad responsable.

El triunfo del monoteísmo marca un cambio. El dios único es un autócrata que debe estar libre de cualquier sospecha de maldad, por lo que se termina configurando un esquema dualista que asigna el mal a otro ser supremo de menor entidad. El monoteísmo es en realidad un “duoteísmo” asimétrico.

La lectura del Antiguo Testamento revela como el diablo va asumiendo los roles de Lucifer (el ángel rebelde (Isaías 14.12) y de Satán un espíritu normalmente malvado que aparecen en varios pasajes (1Crónicas 21.1; Job y varios más).

Los primeros trabajos del diablo

En el Nuevo Testamento Satán ya está plenamente identificado con el diablo y aparece profusamente en los cuatro evangelios, las cartas apostólicas y el Libro de la Revelación.

Se suele identificar al diablo con la serpiente del jardín del Edén, aunque la lectura bíblica se refiere simplemente a la “serpiente” o quizás al “culebro” como algunos estudiosos dicen que figura en el hebreo original (nâchâsh-נחשׁ).

El Satán veterotestamentario permanece fundamentalmente inactivo (Job 2.1 al 2.7) con algunas menciones sueltas e insignificantes en Salmos y Zacarías.

Con inusitada fuerza, Satán vuelve a aparecer en Mateo 4.1 a 4.11 y tienta a Jesús sin éxito con zalamerías y engaños.

En las cartas de Juan (1 Juan 2.18; 2.22; 4.3 y 2 Juan 1.7) se introduce la figura del anticristo y finalmente en el salvaje Libro de la Revelación o Apocalipsis de San Juan se habla de la bestia marcada con el 666 (Revelación 13.18) y de cómo será derrotada en la gran batalla final (Revelación 19.20) y aclara (!) que el dragón (la bestia), la serpiente, el diablo y Satán son la misma cosa (Revelación 20.2)

El infierno como espacio de existencia cierta

En el marco bíblico el infierno o inframundo no tiene existencia hasta bien avanzado el Antiguo Testamento. Las primeras referencias a una posible vida de ultratumba mencionan el simple descenso a la tumba (Génesis 37.35; 1Reyes 2.6; 1Reyes 2.9).

Posteriormente, siempre dentro del marco judío, surge el concepto de Sheol, como lugar de destino de las almas de los muertos, sin distinción. Este concepto se refina con el paso del tiempo y aparece la Gehenna, como paso intermedio en el que las almas malvadas deben purificarse en el fuego durante un tiempo (un año) antes de poder entrar en el Sheol.

Hay que esperar al Nuevo Testamento para escuchar las amenazas de Jesús sobre la Gehenna como lugar opuesto al Reino de los Cielos, en el que no se efectúa una simple purificación por fuego, sino que se recibe una tortura con llanto y crujir de dientes, y sobre todo, el periodo de estancia no es un año, sino toda la eternidad.

Una mención confusa en las cartas de Pedro, concretamente en 1 Pedro 3:18-20; 4:6 y el credo de los apóstoles aprobado en el concilio de Nicea (325 d.C.) asientan la noción de una turné de Jesús por los infiernos durante los tres días que siguieron a su muerte, y dan así empaque a la noción del infierno como lugar de existencia cierta en el que Jesús había estado.

Satán queda en segundo plano

El principal problema para el cristianismo ya como religión oficial y única del imperio romano fue el de las herejías, derivadas de las asombrosas imprecisiones teológicas de las sagradas escrituras. El cristianismo se tuvo que emplear a fondo a base de mandobles, somantas y hoguera para librarse de arrianos, nestorianos, priscilianos y muchos otros y dejar una fe católica única y esplendorosa.

Hasta el final de la edad media, Satán quedó relegado a un segundo plano y aunque tenemos los testimonios patéticos de algunos anacoretas a los que siempre andaba tentando con los pecados carnales, se puede decir que el diablo nunca fue, ni mucho menos, el problema central del cristianismo hasta llegada la época de las cruzadas.

Sin embargo cuando los cruzados comenzaron a regresar de tierra santa se produjeron algunos cambios que hicieron que el diablo se convirtiera en una figura de importancia clave en el desarrollo del cristianismo medieval. Lo contaremos en el próximo artículo sobre el mito del diablo.